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El hombre como Cabalista iniciado

El hombre como Cabalista iniciado

 
El hombre esta dividido en tres regiones, a saber, cuerpo, alma y espíritu. Al mismo tiempo hago mención del imán tetrapolar. Para el alumno reflexivo resulta claro que la matriz mental une el cuerpo mental con el cuerpo astral, y la matriz astral sujeta los cuerpos mental y astral al cuerpo material. Con seguridad también le resulta claro que la alimentación -materia sólida- mantiene con vida el cuerpo fisico y la respiración el cuerpo astral.
 
La matriz mental une la percepción sensorial a los cuerpos material y astral. El cabalista principiante debe conocer todo esto con exactitud y debe poder formarse en esta dirección una idea exacta de sus propios procesos corporales, si quiere dedicarse con seriedad a la cábala. Además de estas enseñanzas elementales, el cabalista debe encontrar relaciones aún más profundas con su propio Yo, y estas relaciones más profundas constituyen la auténtica base para el estudio de la cábala.
 
La acción y el gobierno entre cuerpo, alma y espíritu tienen lugar de un modo automático en cada hombre, más allá de que se trate de un iniciado en los secretos de la ciencia hermética o no. Para el cabalista constituyen el ábecé; él conoce todos los procesos y, en consecuencia, puede orientar su vida según esta leyes universales.
 
Estos conocimientos diferencian al iniciado del no iniciado; es decir, que el iniciado, que posee una información exacta sobre las leyes, las puede aprovechar de un modo práctico y se encuentra en condiciones de compensar todo desequilibrio -en cuerpo, alma y espíritu-. Además, una orientación consciente hacia las leyes universales posibilita al iniciado llevar un modo de vida sensato, acorde con aquéllas, y seguir el verdadero camino de la perfección. Ya desde esta perspectiva la iniciación es algo por completo especial y ofrece una cosmovisión especial.
 
El iniciado observa el mundo con unos ojos completamente distintos que el resto de los seres humanos. Los diversos golpes del destino a los que eventualmente pueda estar expuesto un iniciado no pueden alcanzarlo con tanto rigor, de modo que no sufre tanto. Esto es fácil de comprender a partir de to arriba expuesto.
 
Desde el punto de vista cabalístico el hombre es una encarnación perfecta del universo, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. El hombre es el ser más elevado de nuestra tierra y todo to que ocurre en grandes proporciones en el universo también ocurre en el hombre, por cierto en menor escala. Desde el punto de vista hermético el hombre es el pequeño mundo, es decir el microcosmos, por oposición al universo, el macrocosmos.
 
Un verdadero cabalista, que quiera trabajar en efecto de un modo práctico en el marco de las leyes universales, esto es, que quiera ocuparse de la gran obra, debe poseer necesariamente un desarrollo mágico tras de sí y debe defender la verdadera visión, conforme a las leyes universales. Quien se contenta con la pura teoría, alcanza por cierto un saber cabalístico y enriquece además el aspecto intelectual de su espíritu, pero los otros tres principios fundamentales del espíritu quedan rezagados.
 
Un teórico nunca estará en condiciones de comprender en forma correcta el meollo del saber, y menos aún de realizar algo. En caso de poseer buenas facultades intelectuales, podrá llegar a ser un  filósofo cabalista, pero no un verdadero cabalista formado en la magia, que hace realidad la palabra pronunciada. De un teórico nace un científico, pero jamás un sabio.
 
La diferencia entre un erudito y un sabio es muy grande. EI mago, debido a su desarrollo mágico, obtiene lo que se propone por medio de su voluntad, pero en la unión divina no puede servirse de la verdadera palabra mágica, como lo hace el cabalista.
 
Un mago que no se ocupa de la cábala práctica puede servirse por cierto de las facultades que ha cultivado en su interior y tiene además la posibilidad de poner a su disposición para sus trabajos, de acuerdo con sus deseos y propósitos, a diversos seres. Un cabalista, en cambio, obtiene todo por medio de la palabra cabalística, sin tener que recurrir a la ayuda de ningún ser, genio o semejante.
 
 
Desde el punto de vista hermético el verdadero cabalista es entonces el máximo iniciado, porque representa a la divinidad en lo pequeño, es decir en el microcosmos y también puede producir efectos en el macrocosmos, en virtud de las leyes de la analogía. Allí radica la diferencia entre un mago y un cabalista, y por ello todo aquel que aspire a la perfección deberá ocuparse de la cábala también de un modo práctico.
 
Un cabalista que participa de la gran obra es entonces escogido de ordinario por la Divina Providencia para determinadas misiones. Así pues, el verdadero cabalista es un representante de la creación; sin embargo, frente a las leyes universales es el último de los servidores. Cuanto más penetra en las leyes universales, es decir se inicia, tanto más humilde es con respecto a la Divina Providencia.
 
En verdad se le ha concedido el máximo poder, que sin embargo jamás utiliza para sí mismo sino sólo para el bienestar de la humanidad. El verdadero cabalista es el máximo iniciado, para quien desde el punto de vista universal no hay nada imposible, y una palabra por él pronunciada debe, sin excepción, transformarse en realidad.
 
A continuación me referiré una vez más a la diferencia que existe entre un perfecto, es decir un verdadero iniciado, y un santo. El verdadero mago no necesita de ningún tipo de ilustración y extrae todo de lo aquí dicho.
 
No obstante, para aquellos lectores que toman mis obras sólo en su aspecto teórico, quede dicho que un Perfecto reconoce todas las leyes universales, las respeta tanto en el gran mundo como en el plano material, mental y astral, y vive conforme a ellas, en tanto que el santo está orientado sólo hacia un sistema religioso y lo pone en práctica de acuerdo con sus dogmas y preceptos, pero no en todas partes, esto es, no mantiene el mismo paso en todas las esferas.
 
Quien tiende sólo a la santidad, descuida el cuerpo y el mundo material, considera a ambos como maya -ilusión- y realiza en su interior, mediante el entrenamiento que corresponde, sólo uno o unos pocos aspectos de las leyes universales. Estos hombres alcanzan un punto máximo en aquellos aspectos que se han impuesto como meta, ya sea que realicen en sí mismos el aspecto divino del amor, la misericordia, la indulgencia, etc. 
 
Estos hombres, entonces, ven las leyes universales sólo desde el punto de vista de su formación espiritual, pero no pueden comprender la imagen perfecta de la legalidad universal y menos aún reproducirla. Desde el punto de vista hermético semejante camino no es el perfecto y se le denomina “camino de la santidad”. Un verdadero iniciado, es decir un cabalista aspira en cambio a reconocer todos los aspectos divinos en la misma medida y a realizarlos en forma sucesiva en su interior.
 
Este camino es, por supuesto, más largo y más dificultoso y una sola encarnación no alcanza por to regular para completarlo. Pero al verdadero iniciado no le importa si alcanza su meta en una o varias vidas, para él el tiempo no desempeña ningún rol. Lo principal para él es la plena conciencia de que sigue por el camino correcto.
 
En el camino a la perfección no debe haber prisa. Todo necesita su tiempo, necesita ante todo la madurez necesaria para la perfección. Desde el punto de vista hermético existen de hecho sólo dos caminos: EI camino de la “santidad” y el de la “perfección”. EI camino a la santidad tiene tantos sistemas como religiones existen sobre esta tierra.
 
Sobre los hombres que de un modo consciente se colocan una aureola para valer algo, para ser venerados, adorados, etc. no quiero hablar aquí en absoluto. Por desgracia hay en el mundo muchísimos hombres de esta clase. Un verdadero santo se repliega en la soledad; un santo aparente, en cambio, exhibe su aureola para llamar la atención.
 
Pero aquel que transita el camino de la perfección jamás se aísla, sino que permanece en el lugar que la Divina Providencia le ha destinado y continúa trabajando en su desarrollo sin atraer sobre sí la atención de su entorno. No contribuirá en lo más mínimo a la exhibición de su estado de madurez, por lo contrario, lo ocultará en lo posible para proteger su tranquilidad de curiosos a inmaduros.
 
En consecuencia también en la conducta y en la actitud existe una gran diferencia entre un santo y un perfecto. En cuanto ha alcanzado su meta, el santo pierde su propia individualidad, cosa que no sucede con un Perfecto. No se trata aquí por supuesto de la individualidad como persona, sino como Dios-hombre.

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