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Como Funciona La Ley Del Karma [DAR Y RECIBIR]

Como Funciona La Ley Del Karma. Dar y Recibir.

La ley del karma, fundamental en varias filosofías y religiones orientales, presenta un concepto de justicia intrincado, a la vez complejo y sencillo, que ha intrigado a las mentes más agudas durante milenios. Comprender plenamente su naturaleza y su funcionamiento es un viaje en sí mismo, lleno de autoconocimiento y discernimiento.

La ley del karma es un principio de causa y efecto. A su nivel más básico, se puede considerar como la esencia de la idea de que cada acción tiene una reacción. Pero su profundidad y alcance van mucho más allá. El karma no sólo implica acciones físicas, sino también pensamientos y palabras. Todo lo que emanamos al universo, en cualquier forma, genera una vibración que tiene un impacto en nuestro entorno y, finalmente, en nosotros mismos.

Este principio fundamental, en su interpretación más pura, sugiere que cada acción, pensamiento o palabra es como una semilla que se siembra. El fruto que esta semilla da, ya sea dulce o amargo, es consecuencia directa de la naturaleza de la semilla. En otras palabras, nuestras acciones presentes determinan directamente nuestra realidad futura.

Sin embargo, es crucial entender que el karma no es un sistema de castigo o recompensa, como a veces se interpreta erróneamente. Es más bien un proceso de aprendizaje y crecimiento. Se podría decir que el karma es el gran maestro del universo, impartiéndonos lecciones que necesitamos aprender para nuestro desarrollo espiritual y humano.

Aunque la idea del karma pueda parecer externa, es esencialmente un proceso interno. Somos los únicos responsables de crear y disolver nuestro karma. Al comprender este hecho, también nos damos cuenta de que tenemos el poder de cambiar nuestra realidad kármica. Cada momento presente es una oportunidad para crear un futuro diferente, un futuro que refleje nuestra verdadera esencia y potencial.

La naturaleza misma de la ley del karma promueve la bondad, la honestidad y la justicia. Por cada acción de bondad que realizamos, por cada palabra de amor que decimos, por cada pensamiento positivo que tenemos, estamos creando un karma positivo que beneficiará no sólo a nosotros mismos, sino también a todo el universo. La ley del karma nos recuerda constantemente la importancia de vivir una vida de virtud y rectitud.

Es importante entender que la ley del karma no está limitada por el tiempo ni el espacio. Las acciones que realizamos hoy pueden tener repercusiones en vidas futuras, y las acciones de vidas pasadas pueden estar afectando nuestra realidad presente. Esta interpretación da una nueva dimensión a nuestra comprensión del karma, añadiendo un elemento de continuidad y trascendencia.

La comprensión de la ley del karma puede llevar a una profunda transformación. Nos hace conscientes de nuestra responsabilidad, no sólo hacia nosotros mismos, sino también hacia el mundo. Nos empuja hacia la automejora y hacia la creación de un mundo mejor. Nos enseña a ser más conscientes de nuestras acciones, pensamientos y palabras, y a elegir conscientemente aquellos que generen vibraciones positivas.

Sin embargo, es importante destacar que la ley del karma no está diseñada para inspirar miedo, sino más bien para fomentar la comprensión y la sabiduría. Cada uno de nosotros tiene el poder de crear un futuro más brillante y más positivo a través de nuestras acciones, palabras y pensamientos en el presente. La ley del karma no está aquí para castigarnos, sino para proporcionarnos una hoja de ruta para el auto-descubrimiento y la autorrealización.

Por lo tanto, mientras navegamos por la vida, es esencial que abordemos cada situación, cada decisión, con consciencia y consideración. Cada acción que tomamos, cada palabra que decimos, cada pensamiento que tenemos, crea un patrón de energía que se manifiesta en nuestras vidas de una forma u otra. Al vivir nuestras vidas de una manera que refleja nuestra verdad más profunda y nuestro amor y respeto por nosotros mismos y por los demás, podemos generar karma positivo que influirá en nuestras vidas de manera favorable.

En el corazón de la ley del karma está el concepto de amor y compasión. Cada acción amorosa, cada palabra bondadosa, cada pensamiento compasivo, genera un karma positivo. A través de la ley del karma, cada acto de bondad se convierte en una semilla de amor que tiene el potencial de crecer y florecer en una hermosa flor de felicidad y paz.

Finalmente, la ley del karma nos proporciona un camino para vivir nuestras vidas con propósito y significado. Nos ayuda a entender que no estamos simplemente a merced de las circunstancias, sino que tenemos la capacidad de influir activamente en nuestra realidad a través de nuestras acciones, palabras y pensamientos. Nos enseña a vivir con integridad, a actuar con bondad y a pensar con sabiduría. Al hacerlo, nos acercamos a vivir en armonía con la ley del karma, creando una vida de alegría, paz y satisfacción.

La ley del karma nos invita a reflexionar y a tomar consciencia de nuestro lugar en el universo. Nos recuerda que cada uno de nosotros es una parte integral del todo, y que nuestras acciones tienen un impacto profundo en nosotros mismos y en el mundo que nos rodea. Al entender cómo funciona la ley del karma, podemos comenzar a vivir vidas más conscientes, más auténticas y más significativas.

En la Biblia, Actos 20,35, vemos que Jesús dijo: “Es más santo dar que recibir”. En la sociedad moderna es más importante recibir, adquirir, o asir. Los que se dedican a adquirir son más numerosos que los que están dispuestos a dar, tanto si es riqueza, privilegios o incluso afecto. Los que dan muchas veces lo hacen sobre una base de quid pro quod, es decir, para poder recibir a cambio posesiones, beneficios, placeres, un “buen” Karma, o incluso la gratitud o satisfacción personal por ayudar a los demás.

La base de este anhelo por recibir se encuentra muchas veces en el miedo de la inseguridad. Muchas personas tienen la sensación de que la posesión de bienes materiales e incluso de amigos solidarios les protegerá de privaciones, de la soledad, del miedo a la muerte, etc. No se dan cuenta de que cuanto más se aferra uno a las
posesiones, incluso a los bienes no materiales, como la amistad, la influencia y el conocimiento, más miedo se tiene de perderlo.

Cuanto menos posee uno, menos puede perder. (Es evidente que todos necesitamos un mínimo de bienes materiales y la dosis suficiente de relaciones agradables con los demás para poder sobrevivir física y psicológicamente). Pero puede que el mendigo se aferre desesperadamente a lo poco que posee, mientras que el hombre rico puede no estar apegado realmente a toda su abundancia. El momento de la verdad llegará cuando perdamos nuestras posesiones, sean muchas o pocas. ¿Cómo reaccionaremos entonces?.

Muchas personas tienen que pasar actualmente por esta prueba amarga de perder las posesiones e incluso a los seres queridos, como resultado de las catástrofes naturales, de los ataques terroristas, de las guerras, de los accidentes del tráfico, ¡o del colapso de la bolsa! ¿Qué tiene de maravilloso el dar?

La gente no se da cuenta de que si dan, también van a recibir en su momento, aunque si dan con la intención de ganar algo a cambio, lo que reciban después acabará por convertirse, tarde o temprano, en cenizas en la boca. El mismo acto de dar gratuitamente sugiere un movimiento hacia afuera, mientras que el acto de recibir o de tomar indica un movimiento de contracción, de encogimiento. Esto no significa que no se haya de estar nunca dispuestos a recibir lo que nuestros amigos o el “destino” puedan concedernos. Aceptar graciosamente y con gratitud lo que se nos ofrece es una forma de dar.

Pero no vamos a considerar lo que se nos da, tanto si es material como inmaterial, como nuestra posesión exclusiva, sino más bien como algo que se nos confía para que hagamos un buen uso de ello. La parábola de los talentos de la Biblia (Mateo, 25, 14-30) es un buen ejemplo de ello. El hombre que enterró el talento recibido (una moneda de entonces) para esconderlo y evitar perderlo o que fuera robado, fue acusado, mientras que los que trabajaron con los talentos recibidos y los aumentaron fueron alabados.

La parábola también se aplica a los talentos en el sentido moderno de aptitudes, que también podemos aumentar si las vamos prodigando, es decir, si hacemos un buen uso de ellas. Naturalmente, el hecho de dar no debería ser algo indiscriminado o inadecuado. La Sra Blavatsky escribe en La Clave de la Teosofia (p.241, TPH, Londres.) “Un vaso de agua ofrecido a tiempo a un viajero sediento es un deber más noble y más digno, que una decena de cenas ofrecidas a destiempo ¡a hombres que pueden pagárselas!”.

Pero entonces, ¿debemos dar dinero a un mendigo que sospechamos que es un adicto a la bebida o a las drogas? En caso de verdaderas dudas, tal vez sea mejor ser generoso. La forma más grande de dar es el regalo que hacemos de nosotros mismos, que es el amor, a veces expresado como devoción.

Olvidarnos de nosotros mismos, desapegarse de uno mismo, todo ello abre la puerta a un gran gozo. Existe una ley detrás del gozo inherente al dar con todo nuestro corazón y sin idea alguna de recompensas o siquiera de resultados. La ley de la evolución de la materia consiste en tomar, en acrecentar. La ley del desarrollo del espíritu consiste en dar, en disminuir.

En las primeras etapas de la evolución humana, nos identificamos con la materia, con las formas materiales más densas de nuestros vehículos físico y psíquico, que constituyen la personalidad, la máscara que llevamos puesta. Creemos que es necesario adquirir. A medida que avanza la evolución y aprendemos las lecciones del Karma, cada vez somos más conscientes de nuestra verdadera naturaleza, que es espiritual, y empezamos a seguir el sendero del crecimiento espiritual. Nos reconforta cada vez más dar, incluso sacrificarnos, una palabra que tiene el significado más profundo de “convertir algo en sagrado”.

Tenemos numerosas leyendas que ilustran la naturaleza espiritual del hecho de dar de forma gratuita, y del gozo que ello nos trae. Martin Buber nos relata una historia de la tradición Hasídica, el movimiento místico de la Europa Oriental dentro del judaísmo: Un guía que había llevado a unos peregrinos a una ciudad, en camino a visitar a un rabino sabio, escribió su nombre en un papel, para pedirle la bendición al hombre santo. Cuando el rabino vio el papel, exclamó: “¡Qué radiante es el nombre de este hombre.

Su alma brilla con una luz pura!” Los peregrinos fueron a buscar al rabino sabio y finalmente le encontraron
participando en una alegre celebración de bodas. El les explicó que se había unido voluntariamente a las festividades que celebraban el matrimonio de dos huérfanos.

Pero en un momento dado, el grupo empezó a discutir, porque la novia no podía regalarle al novio una mantilla para las plegarias, según la costumbre. El compromiso de la boda estaba a punto de romperse cuando el guía, que no podía soportar el desespero de la novia, vio que tenía dinero suficiente en su bolsa para pagar la mantilla y con ello pudo evitar la situación. Y añadió: – “Por eso estoy tan contento.”.

Si estamos convencidos de la unidad de toda la vida, nos daremos cuenta de que un regalo adecuado a quien lo necesita es un regalo que hacemos a lo Divino o a la Vida Una misma, y por eso es un acercamiento a esa Unidad. En Mateo, 25:35-40, el “Rey” le dice a un grupo de gente buena: “Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis agua; fui un extranjero y me aceptasteis en vuestra casa; estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.”

Aunque las personas a las que se dirigía negaron haber hecho todo aquello, la respuesta del “Rey”, o la Unidad de la Vida, fue: “¡Cuando hicisteis esto por el menor de mis hermanos, lo hicisteis también por mí!”.

Una generosidad sincera en el momento necesario es un regalo que se hace a la Divinidad de todos los seres, al corazón mismo del Universo. Puede que con ello despierte nuestra conciencia a Toda la Conciencia. Si nos diéramos cuenta de esto y actuáramos en consecuencia, toda nuestra vida cambiaría por ello, ¡y el mundo sería mucho más sano y feliz!.

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